Hay libros que se instalan en la memoria lectora y otros que además despiertan preguntas.
La saga de Calpurnia, publicada por la editorial española Libre Albedrío en formato de historieta, es de esos libros. Adaptación ilustrada de la novela de Jacqueline Kelly, cuenta la historia de una niña de once años que quiere observar el mundo con lupa, literalmente: le fascinan los insectos, los helechos, las estaciones, el agua del estanque. Le fascina, también, pensar.
Una lectura preciosa para chicas, chicos y grandes curiosos, con ilustraciones que no infantilizan ni simplifican: invitan a entrar con todos los sentidos.
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Cuando pienso en Calpurnia, pienso en Sofía. Y también en Mafalda.
Quizás no tengan mucho en común a primera vista —una vive en Texas a fines del siglo XIX, otra en Noruega en los noventa y la tercera en algún rincón de la Buenos Aires sesentosa— pero todas tienen una práctica que, todavía hoy, incomoda: hacen preguntas. Preguntas que desordenan el mundo adulto, que desafían lo que se espera de ellas, que abren caminos.
A Mafalda, Quino le dio una conciencia política precoz y un sentido del humor filoso que sigue vigente. No hay que olvidar lo revolucionario de ese gesto: poner a una nena con vestido y moñito al frente del comentario social más agudo de su época.
A Sofía, Jostein Gaarder la invitó a pensar lo que nadie le enseñaba en la escuela. Y lo hizo desde la filosofía, en ese arte de mirar el mundo como si lo viéramos por primera vez.
Y Calpurnia, en esta versión bellísima en historieta ilustrada por Daphné Collignon, es una nena que no se resigna a bordar ni a tocar el piano: quiere estudiar a Darwin, explorar la vida microscópica del jardín y hablar de igual a igual con su abuelo naturalista. Quiere ser científica. Y, sobre todo, quiere elegir.
La adaptación es delicada y respetuosa. Las ilustraciones capturan la calidez del mundo rural texano, el vínculo entrañable con el abuelo, la incomodidad de una familia que intenta, sin éxito, domesticar su curiosidad.
Si me preguntás, creo que parte del encanto está ahí: en lo que no se dice, pero se sugiere. En lo que cada lectora puede leer entre líneas. Porque Calpurnia no solo observa insectos: observa el mundo que le tocó vivir y se permite imaginar otro.
Y ese gesto —que es político, aunque no se diga— es el que une a estas tres nenas de papel, tan distintas y tan cercanas. Porque, en el fondo, las tres nos enseñan que hacer preguntas puede ser el primer acto de rebeldía.
...y de libertad.
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